GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
LOS DESESPERADOS RECURSOS DE UN HAMBRIENTO
(Fragmento perteneciente al libro: "Historia de un náufrago")
Si uno se acuesta en una plaza con la esperanza de capturar una gaviota, puede estarse allí toda la vida sin lograrlo. Pero a cien millas de la costa es distinto. Las gaviotas tienen afinado el instinto de conservación en tierra firme. En el mar son animales confiados.
Yo estaba tan inmóvil que probablemente aquella gaviota pequeña y juguetona que se posó en mi muslo creyó que estaba muerto. Yo la estaba viendo en mi muslo. Me picoteaba el pantalón, pero no me hacía daño. Seguí deslizando la mano. Bruscamente, en el instante preciso en que la gaviota se dio cuenta del peligro y trató de levantar el vuelo, la agarré por un ala, salté al interior de la balsa y me dispuse a devorarla.
Cuando esperaba que se posara en mi muslo, estaba seguro de que si llegaba a capturarla me la comería viva, sin quitarle las plumas. Estaba hambriento y la misma idea de la sangre del animal me exaltaba la sed. Pero cuando ya la tuve entre las manos, cuando sentí la palpitación de su cuerpo caliente, cuando vi sus redondos y brillantes ojos pardos, tuve un momento de vacilación.
Cierta vez estaba yo en cubierta con una carabina, tratando de cazar una de las gaviotas que seguían el barco. El jefe de armas del destructor, un marinero experimentado, me dijo: "No seas infame. La gaviota para el marinero es como ver tierra. No es digno de un marinero matar una gaviota". Yo me acordaba de aquel momento, de las palabras del jefe de armas, cuando estaba en la balsa con la gaviota capturada, dispuesto a darle muerte y despresarla. A pesar de que llevaba cinco días sin comer, las palabras del jefe de armas resonaban en mis oídos, como si las estuviera oyendo. Pero en aquel momento el hambre era más fuerte que todo. Le agarré fuertemente la cabeza al animal y empecé a torcerle el pescuezo, como a una gallina.
Era demasiado frágil. A la primera vuelta sentí que se le destrozaron los huesos del cuello. A la segunda vuelta sentí su sangre, viva y caliente, chorreándome por entre los dedos. Tuve lástima. Aquello parecía un asesinato. La cabeza, aún palpitante, se desprendió del cuerpo y quedó latiendo en mi mano.
El chorro de sangre en la balsa soliviantó a los peces. La blanca y brillante panza de un tiburón pasó rozando la borda. En ese instante, un tiburón, enloquecido por el olor de la sangre, puede cortar de un mordisco una lámina de acero. Como sus mandíbulas están colocadas debajo del cuerpo, tiene que voltearse para comer. Pero como es miope y voraz, cuando se voltea panza arriba arrastra todo lo que encuentre a su paso. Tengo la impresión de que en ese momento el tiburón trató de embestir la balsa. Aterrorizado, le eché la cabeza de la gaviota y vi, a pocos centímetros de la borda, la tremenda rebatiña de aquellos animales enormes que se disputaban una cabeza de gaviota, más pequeña que un huevo.
Lo primero que traté de hacer fue desplumarla. Era excesivamente liviana y los huesos tan frágiles que podían despedazarse con los dedos. Trataba de arrancarle las plumas, pero estaban adheridas a la piel, delicada y blanca, de tal modo que la carne se desprendía con las plumas ensangrentadas. La sustancia negra y viscosa en los dedos me produjo una sensación de repugnancia.
Es fácil decir que después de cinco días de hambre uno es capaz de comer cualquier cosa. Pero por muy hambriento que uno esté siente asco de un revoltijo de plumas de sangre caliente, con un intenso olor a pescado crudo y a sarna.
Al principio, traté de desplumarla cuidadosamente, con cierto método. Pero no contaba con la fragilidad de su piel. Quitándole las plumas empezó a deshacérseme entre las manos. La lavé dentro de la balsa. La despresé de un solo tirón y la presencia de sus rosados intestinos, de sus vísceras azules, me revolvió el estómago. Me llevé a la boca una hilaza de muslo, pero no pudo tragarlo. Era simple. Me pareció que estaba masticando una rana. Sinpoder disimular la repugnancia, arrojé el pedazo que tenía en la boca y permanecí largo rato inmóvil, con aquel repugnante amasijo de plumas y huesos sangrientos en la mano.
Lo primero que se me ocurrió que aquello que no podía comerme me serviría de carnada. Pero no tenía ningún elemento de pesca. Si al menos hubiera tenido un alfiler. Un pedazo de alambre. Pero no tenía nada distinto de las llaves, el reloj, el anillo y las tres tarjetas del almacén de Mobile.
Pensé en el cinturón. Pensé que podía improvisar un anzuelo con la hebilla. Pero mis esfuerzos fueron inútiles. Era imposible improvisar un anzuelo con el cinturón. Estaba anocheciendo y los peces, enloquecidos por el olor de la sangre, daban saltos en torno a la balsa. Cuando oscureció por completo arrojé al agua los restos de la gaviota y me acosté a morir. Mientras preparaba el remo para acostarme oía la sorda guerra de los animales disputándose los huesos que no me había podido comer.
Creo que esa noche hubiera muerto de agotamiento y desesperación. Un viento fuerte se levantó desde las primeras horas. La balsa daba tumbos, mientras yo, sin pensar siquiera en la precaución de amarrarme a los cabos, yacía exhausto dentro del agua, apenas con los pies y la cabeza fuera de ella.
Pero después de la medianoche hubo un cambio: salió la luna. Desde el día del accidente fue la primera noche. Bajo la claridad azul, la superficie del mar recobra un aspecto espectral. Esa noche no vino Jaime Manjarrés. Estuve solo, desesperado, abandonado a mi suerte en el fondo de la balsa.
Sin embargo, cada vez que se me derrumbaba el ánimo, ocurría algo que me hacía renacer mi esperanza. Esa noche fue el reflejo de la luna en las olas. El mar estaba picado y en cada ola me parecía ver la luz de un barco. Hacía dos noches que había perdido las esperanzas de que me rescatara un barco. Sin embargo, a todo lo largo de aquella noche transparentada por la luz de la luna -mi sexta noche en el mar- estuve escrutando el horizonte desesperadamente, casi con tanta intensidad y tanta fe como en la primera. Si ahora me encontrara en las mismas circunstancias moriría de desesperación: ahora sé que la ruta por donde navega la balsa no es ruta de ningún barco.
GUÍA DE CONTROL DE LECTURA
ANTES DE LEER:
¿Imaginas sobre qué tratará el texto?
¿En qué lugar o ambiente se desarrollarán los hechos?
LECTURA LITERAL
VOCABULARIO: Con ayuda del diccionario encuentra el significado de las palabras siguientes. Ten en cuenta que el significado se ajuste al contexto oracional.
RETENCIÓN DE LECTURA
- En tu cuaderno de trabajo, anota el significado de: voraz, embestir, rebatiña, adheridas (adherir), viscosa, repugnancia, revoltijo, tumbos, yacía (yacer), exhausto, escrutando (escrutar).
- ¿Qué acontecimiento o experiencia pasada recordó el náufrago antes de dar muerte a la gaviota?
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- ¿Qué parte de la gaviota arrojó el náufrago al mar que produjo una rebatiña entre aquellos animales enormes?
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- Al hombre náufrago siempre le sucedía algo que le hacía renacer la esperanza, ¿en su sexta noche en el mar qué cosa le ocurrió?
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COMPRENSIÓN DE LECTURA
- Lee bien las oraciones que siguen y anota lo que comprendes:
- Me acosté a morir:
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- El mar estaba picado: ___________________________________________________________________________________
LECTURA INFERENCIAL
- ¿Crees que un ser humano pueda soportar cinco días perdido en el extenso mar azul sin beber y sin comer alimentos? Explica tu respuesta.
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- ¿El hombre demostró ser fuerte o débil de ánimo y esperanzas? ¿Qué opinas?
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CREATIVIDAD
- ¿Cómo imaginas el final del relato? ¿El hombre muere o logra salvarse?
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- ¿Cómo imaginas el aspecto físico y espiritual del hombre perdido en el mar sin comer y beber durante cinco largos días? Anota algunas ideas.
Aspecto físico
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Aspecto espiritual
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PARA INVESTIGAR
- Con el propósito de completar tu información, consigue y lee el libro "Historia de un náufrago" de Gabriel García Márquez.
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